Con 3 disparos sobre el mismo fotograma invito al azar a sentarse a mi mesa, como quién lanza las cartas del Tarot.
Luego, mientras leos los posos en el café de la tarde en el laboratorio fotográfico clandestino que escondo en mi cocina, entre el rodinal y las galletas de canela, caigo en la cuenta que poco a poco los humanos desaparecieron de mis imágenes.
Se marcharon durante la noche del alma sin hacer ruido. Nunca los eché de más, ni de menos. Sólo se fueron.