La fotografía digital y las RRSS han liberado a los fotógrafos de la tediosa labor de copiar el mundo visible.
Desde el ecosistema de la fotografía química, la imagen latente se desprende del objeto y en lugar de imitarlo se mimetiza con él en un lenguaje cuyo código se va revelando a cada compás de su danza. El fotógrafo se convierte así en música para las imágenes.
No hay intención de capturar nada, no hay verdad ni realidad. Sólo se trata de dos viejos amigos charlando junto al fuego.
– Oto Marabel.
Desde hace muchos años me conmueve ese azul en el extremo de lo visible, ese color de los horizontes, de las cordilleras remotas, de cualquier cosa situada en la lejanía. El color de esa distancia es el color de una emoción, el color de la soledad y del deseo, el color del allí visto desde el aquí, el color de donde no estás. Y el color de donde nunca estarás. Y es que el azul no está en ese punto del horizonte del que te separan los kilómetros que sean, sino en la atmósfera de la distancia que hay entre tú y las montañas. “Anhelo”, dice el poeta Robert Hass, “porque el deseo está lleno de distancias infinitas”. El azul es el color del anhelo por esa lejanía a la que nunca llegas, por el mundo azul.
Rebeca Solnit. El Arte de Perderse
A la sombra del “Cotton Tree” y bajo su poderosa mirada nació Freetown, capital de Sierra Leona. La “Ciudad Libre” fundada para constituirse la nueva patria de un grupo de 400 esclavos liberados por Inglaterra en 1792. Nacía así una nueva sociedad de libertos que inspirados por la grandeza y majestuosidad de aquel árbol lo convierten en su símbolo. Un monumento natural con el que la selva rinde homenaje a un nuevo mundo liberado de la esclavitud.
El Cotton Tree vio crecer los grandes edificios que le rodean en una de las avenidas principales de la ciudad. Situado cerca de la Corte Suprema y del Museo Nacional, constituye un nexo entre el presente y el pasado de una ciudad que ha crecido leyendo entre sus ramas el respeto por los valores que aquellos primeros habitantes depositaron en sus raíces.
Durante todo este tiempo sus ramas han proporcionado cobijo a todas las generaciones nacidas en Freetown desde su fundación. Pero su profunda sombra se extiende mucho más allá de lo que podríamos imaginar, si nos acercamos lo suficiente y miramos con atención podremos ver cómo su follaje se ha convertido en el hogar de cientos de murciélagos que duermen durante el día invisibles a la sombra de su tupida copa, y al anochecer despiertan y vuelan cubriendo el cielo con una oscura y siniestra nube. Como letras animadas escritas sobre el cielo en el rupestre idioma de la selva, el “Cotton Tree” parece dibujarnos su metáfora sobre la terrible actualidad social que se oculta en las sombras de la ciudad que crece a sus pies.
Nos cuenta un cuento infantil no apto para niños, la historia de miles de ellos que viven abandonados en las sombras de lo que la UNESCO definó el peor pais en paz, para ser niño. Huerfanos o abandonados, perseguidos, violados, esclavizados… así crecen lo brotes más tiernos del Cotton Tree, invisibles bajo el esplendor de su follaje, amenazados por una justicia que los persigue como a delincuentes.
Al oirles hablar sorprende la familiaridad con la que usan palabras que no deberían formar parte del vocabulario de un niño: Tramadol, Gonorrea, Cocaina, Sida… Pala- bras con las que construyen la historia de sus vidas, pero que dejan de ser usadas cuando abandonamos el pasado y dirigimos la conversación al futuro, cuado les animamos a soñar. Los sueños forman destellos en la oscuridad que señalan el camino de salida del slum.
Oto Marabel trabaja en Mallorca como fotógrafo. Su práctica artística se centra en el paisaje expandido, la fenomenología visual y la relación entre cuerpo y territorio.
Oto Marabel trabaja desde la fricción entre ver, habitar y atravesar. A lo largo interesantes propuesta gráficas dirigidas a galerías, curadores y coleccionistas que buscan fotografía artística inspirada por la naturaleza.
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