La fotografía digital y las RRSS han liberado a los fotógrafos de la tediosa labor de copiar el mundo visible.
Desde el ecosistema de la fotografía química, la imagen latente se desprende del objeto y en lugar de imitarlo se mimetiza con él en un lenguaje cuyo código se va revelando a cada compás de su danza. El fotógrafo se convierte así en música para las imágenes.
No hay intención de capturar nada, no hay verdad ni realidad. Sólo se trata de dos viejos amigos charlando junto al fuego.
– Oto Marabel.
Desde hace muchos años me conmueve ese azul en el extremo de lo visible, ese color de los horizontes, de las cordilleras remotas, de cualquier cosa situada en la lejanía. El color de esa distancia es el color de una emoción, el color de la soledad y del deseo, el color del allí visto desde el aquí, el color de donde no estás. Y el color de donde nunca estarás. Y es que el azul no está en ese punto del horizonte del que te separan los kilómetros que sean, sino en la atmósfera de la distancia que hay entre tú y las montañas. “Anhelo”, dice el poeta Robert Hass, “porque el deseo está lleno de distancias infinitas”. El azul es el color del anhelo por esa lejanía a la que nunca llegas, por el mundo azul.
Rebeca Solnit. El Arte de Perderse
© 2025 All Rights Reserved.